Cartas De Una Mujer: Nadie me va a salvar.
Parajito, pajarito, ¿a dónde te has ido? Pajarito, pajarito, llévame contigo.
TW: Este relato contiene menciones implícitas y explicitas de violencia domestica que podría resultar desencadenante en algunos lectorxs. Proceda con precaución.
El sabor salado de las lágrimas le cae en la boca, en la lengua. El dolor aumenta, el labio chilla al recibir las gotitas saladas. Sangriento e hinchado.
Le duele el brazo, ve los moretones pero apenas es capaz de recordar en qué momento de los jaloneos y empujones recibió los golpes. Los oídos le truenan, las palabras rebotando con rabia entre el silencio sepulcral se le clavan en el cráneo.
El pecho se le aprieta, el corazón se le parte.
Se pregunta qué podría haber hecho para evitarlo, qué cambiar del pasado que ahora le resuena en los oídos. Se siente sin fuerzas, inútil, golpeada. Teme que, cuando él vuelva, la cosa continúe, que venga con el aliento apestoso de alcohol y los puños listos para castigarla.
Llora como lloran las bestias heridas, se arrastra por el piso, buscando la dignidad que perdió al igual que la voz por los gritos y la orina por el miedo. Dentro de ella, se alegra que no haya sido peor, que pueda caminar y fingir que nada de eso sucedió.
Se restriega el rostro, queriendo arrancarse la piel y salir corriendo, pero se contiene igual que contiene todo lo demás.
Llega sin saber cómo, al baño, incapaz de evaluar el daño. El espejo la recibe y casi puede sentir la lástima que este siente por ella, desea romperlo al ver quién es la que la recibe. El rostro maltratado como un trapo viejo, el cabello enredado, recordándole que de ahí fue donde la tomaron para lanzarla al piso. En el reflejo no se ve a sí misma. No ve los ojos vivaces y las mejillas sonrojadas de risa, quien está frente a ella es una desconocida, una pobre mujer maltratada que parece más muerta que viva.
Ve a su madre, cuencas hinchadas de tanto llanto, rostro amoratado. Quien está frente a ella es igual a la mujer que la crió.
Solloza, o grita, no lo sabe. Su madre frente a ella grita de la misma forma que lo hacía cuando era niña, buscando protegerla de los golpes. Llora con la desesperación de detener la violencia que la tumba junto a las oleadas de odio y patadas enloquecidas.
Ve a su madre, mirándola con esos ojos que le indicaban que se escondiera, que ya casi terminaba.
Ya casi iba a terminar.
¿Iba a terminar?
¿Cuántas veces creyó eso?
Se deja caer en las baldosas frías, hostiles. Todo en aquel lugar es hostil, todo le recuerda los insultos y los gritos. La barra de la cocina donde él la empujó con rabia, el vaso que le arrojó luego de que ella fue incapaz de no guardarse las palabras, la cama donde él le recordó entre golpes que podía cambiarla por cualquier otra mujer, que no era indispensable.
Siente que se ahoga, que él está de nuevo ahí, asfixiandola, buscando arrancarle cada partecita de ella hasta dejarla en los huesos. Es como un océano que busca tragarse hasta el mínimo soplo de aire y enterrarla en sus profundidades, olvidada y callada.
Cierra los ojos y escucha los gritos, no los suyos, los de su madre. Se vuelve a sentir como una niña arropada entre las mantas, tratando de comprender por qué su padre dañaba a su madre. Vuelve a sentirse como una adolescente enojada, recibiendo golpes para evitar que lleguen a su verdadero objetivo, llorando cascadas mientras trata de imponerse al monstruo a pesar de su propia debilidad.
Vuelve a estar acurrucada en la esquina más alejada de su habitación, con el alma en el suelo y la fuerza despojada. Se pregunta una y otra vez si alguien las va a ayudar, si llamarán a la policía, si los vecinos se asustaron por los gritos y por fin alguno vendrá, si alguien dejará de fingir que no escucha las peleas y los golpes.
Nadie las salva. Nadie llega.
Deja salir el aire de su boca en un sollozo lastimero, se acuesta en el frío piso, dejando su cuerpo laxo y débil ahí tendido. Nadie va a entrar a recoger sus pedazos rotos y llevarlos a un lugar mejor. Saberlo la destroza aún más.
Nadie la va a salvar pues ella misma se metió ahí, encantada de amor y buscando un escape del dolor que había vívido. Nadie la va a salvar pues sabe cubrir muy bien los moretones de maquillaje, su madre le enseñó durante los largos años de su infancia. Nadie la va a salvar pues las palabras se niegan a salir, se quedan atrapadas en su pecho hasta que las vomita al llegar a casa, gritos de auxilio convertidos en arcadas.
Nadie la va a salvar, pues espera que con el tiempo mejore, que el tiempo haga que los golpes tengan menos fuerza y los gritos sean ocasionales.
Aprendió a resistir incluso si eso se llevaba parte de su vida, resistir por que nadie la va a salvar.
¿Y si se salvaba ella misma? Pero le resultaba imposible; demasiado débil, demasiado asustada. Su madre no pudo salvarse, ¿por qué ella podría?
Lo que queda después de las lágrimas es el calor ardiente del enojo, ese que se anida entre sus senos, se acurruca buscando abrazar su ira y que la consuma. Esa criatura herida y enojada es lo único que le queda entre las heridas que la marcan. Tal vez eso dentro de ella podría salvarla, atreverse a lo que nunca se ha atrevido, quemarse hasta quedar hecha cenizas y renacer de ahí como un pájaro. Emprender libre vuelvo por la ventana de la cocina y perderse en la infinitud del cielo, lejos del agua que trata de arrastrarla.
Ser libre.
Libre.
Nadie podrá salvarla, ella lo sabe mientras se levanta y camina hasta la habitación dando tumbos y tropezando, su plumaje demasiado empapado para despegar. Palpa la calma suavemente hasta meterse debajo de las mantas y busca consuelo en la frialdad del colchón.
Y de pronto, la que está ahí no es ella, es su madre, pobre mujer que pasó sus últimos días atendiendo los caprichos de su esposo, soportando sus burlas y exigencias. Pobre mujer, cuyo último día de descanso vino recriminado por la voz autoritaria del hombre que durante tanto tiempo la dañó. Pobre mujer, cuyas alas parecían perdidas.
Sí pudo salvarse, piensa de pronto, boqueando como si el aire se le estuviera escapando pues los sollozos la estrangulan. Se salvó al morir, solo ahí recuperó sus alas y dejó todo atrás para escapar por la ventanita del cuarto. A veces la escucha cantar, la llama con ella, la invita a volar. A ser libre.
Libre.
Si estás pasando por una situación similar, te mando un abrazo. No estás solx, pide ayuda, sacude tus alas y recuerda que eres más capaz de lo que crees. Sí puedes salvarte a ti mismx, yo confío en ti.
Con amor y cariño, me despido.
Sunny.